LA
CORRUPCIÓN MATA A LOS NIÑOS
Germán Palomo García
Treinta y tres niños, anónimos como
millones de niños en Colombia que aparecen solo cuando son víctimas inocentes
de algún estúpido pero apoyado, por acción u omisión, por una corrupción
implacable que hace presencia en muchos trámites que involucran a oficinas públicas en todo el
país, se convirtieron en héroes porque murieron incinerados en el vehículo que
los transportaba entre su casa y la iglesia que no cumplía ninguna de las
exigencias que supuestamente eran materia de rigurosa revisión por las
autoridades de tránsito de Fundación (Magdalena), pero que operaba sin ningún
problema gracias a la corrupción. Si algo faltaba para demostrar que los niños
no son una prioridad en nuestro país, esta terrible tragedia se encargó de
ello. Con este esperpento, toda la institucionalidad en favor de la niñez ha
quedado cuestionada y millones de niños colombianos siguen desprotegidos en muchas
de sus rutinarias actividades.
Así como nadie se acuerda hoy de
Omaira, la niña que tuvo una lenta e inevitable agonía en la tragedia de Armero
(otro desastre anunciado por estudios que el gobierno conoció con suficiente
anterioridad pero que nada hizo para evitarlo) y que en su momento el
presidente de entonces, Belisario Betancur, la llamó “nuestra querida Omaira” las
33 nuevas Omairas están pasando rápidamente al olvido. En apenas 15 días nada
se volvió a decir del caso, salvo la supuesta condena a los autores. Mientras,
en la calle siguen circulando miles de vehículos y conductores que hace rato
debieron dejar de hacerlo pero que la corrupción los mantiene como amenazas
para el futuro del país que son los niños de hoy. Pero no importa, eso no es
prioritario y deja réditos a quienes viven de estos favores.
No podemos permitir que las
elecciones (los candidatos nada importante dijeron distinto a lamentar el
hecho), el triunfo de Nairo en el Giro de Italia y el próximo mundial de fútbol sepulten lo ocurrido a estos niños ya
no por ellos sino por los millones que quedan expuestos a tantos riesgos (prostitución,
explotación laboral y pésimos servicios para ellos) y ahora, indirectamente,
también a una corrupción rampante que nada bueno les traerá.